LA VIDA NO TERMINA, SE TRANSFORMA

Mi padre ha fallecido. Como todos los padres tarde o temprano. La persona que me dio la vida ha perdido la vida. Fue el pasado jueves, por la mañana. Se había roto la cadera y le iban a operar ese mismo día.

Después de la agonía característica de una enfermedad de Parkinson evolucionada, ya en silla de ruedas y con cierto grado de demencia, mi padre se ha ido. Han sido años duros, especialmente para su principal cuidadora, mi madre. Ese hombre que hace años tomaba con fuerza mi mano, ya no quería estar solo. Estaba muy débil y frágil. Estoy en una edad en la que somos los padres de nuestros hijos y los padres de nuestros padres. Pero hemos tenido la suerte de poder irnos despidiendo de él día a día.

Lo curioso es que ahora, cuando pienso en mi padre, solo le recuerdo de joven, cuando me llevaba al colegio, a jugar al baloncesto o me recogía del aeropuerto después de una estancia en EE. UU. Mi padre tenía un taller mecánico al lado del Hospital 12 de octubre y me contaba historias de distintos médicos del hospital que llevaban su coche a reparar. Y creo que eso me marcó mucho para estudiar medicina. De hecho, uno de sus “clientes” fue el que me organizó mi estancia en la Clínica Mayo.
Esos bonitos recuerdos duelen. Es como si de repente te arrancaran las primeras páginas del libro de tu vida.

Era un hombre bueno y tranquilo. No recuerdo haber tenido ninguna discusión fuerte con él. Siempre daba prioridad a la paz familiar. No le escuché un reproche. Pero sí recuerdo todos los días muchos de sus consejos, sobre todo la importancia del SER antes que el TENER.

Siento un enorme agradecimiento a las personas que le han ayudado, al personal del centro de día, a nuestro extraordinario sistema público de salud que le ha proporcionado los últimos avances en el tratamiento de su enfermedad, a la Clínica Ruber de Juan Bravo, donde falleció al día siguiente de su ingreso, clínica donde yo me he desarrollado como médico durante 25 años. Como me decía una compañera de la clínica, si tiene que morir que lo haga en casa. Y así lo sentimos. Gracias de corazón.

A pesar de la enfermedad mi padre ha tenido una vida bonita. Murió sereno, tal y como vivió. Y rodeado de los suyos. Como decía Carlos Fuentes, lo que un padre quiere oír al final de su vida es que sus hijos están cerca. La vida no termina, se transforma. Solo lo negativo muere. Lo positivo sigue vivo en mí, en mi familia, en lo que nos ha transmitido.

Descanse en paz.




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